La serenidad

Había una vez, en un pueblecito muy pequeño de la serranía andaluza, un joven dramaturgo y escritor, obsesionado con ser elegido para dirigir la representación teatral que cada año congregaba a las más influyentes personalidades del país. Ser escogido para tal evento, suponía, alcanzar el éxito que tanto ansiaba. Para ello, era fundamental escribir la mejor obra.

En ese afán de dejar a todos boquiabiertos, se encerró en su estudio para crear la escenificación más original. Después de mucho meditar, decidió que iba a sorprender a los espectadores representando LA SERENIDAD.

Sin embargo, aunque tenía clara la temática, no le llegaba la inspiración de cómo llevarla a escena.

Angustiado por la presión del tiempo, que en esta ocasión jugaba en su contra, tomó la decisión de ofrecer el papel principal de la función, a aquella persona que le trajera la mejor exhibición de la serenidad.

En ese mismo instante, anunció la convocatoria y a las pocas horas, cientos de personas se agolpaban en el viejo teatro para demostrarle al joven su talento.

Durante varios días, presenció todo tipo de escenas: marineros viajando en veleros con mares apacibles, mujeres cantando una bella melodía en campos de trigo, una diosa hindú recitando mantras, un muchacho tendido bajo el sol en un verde prado, incluso una ascensión al Olimpo de los Dioses. Nada convencía al joven director, que aunque intentaban convencerle, insistía en que lo que estaban escenificando era la tranquilidad, y no la serenidad como él había demandado.

Los días seguían pasando y su sueño se esfumaba. A medida que iba menguando el número de candidatos, sus ilusiones, también menguaban. Cada vez eran menos, los que acudían a la prueba y el tiempo para aspirar a director del evento, concluía.

Cuando parecía que alguien, por fin, iba a mostrarle la ansiada serenidad, veía con desgana que la tranquilidad irrumpía de nuevo en el escenario.

Pasaban los días y apenas llegaban nuevos candidatos. Hasta que un día, dejaron de ir.

Faltaba una semana para el cierre de las propuestas y ya había dado por perdido su trampolín hacia el estrellato, cuando al llegar al teatro, una joven esperaba en la puerta.

Desmotivado la hizo entrar, más por lástima que por admiración, pues aquella muchacha, no le parecía una actriz a la altura de sus expectativas. Flaca, despeinada y con un búho en su hombro.

La joven, pidió al director que le permitiera preparar el escenario, antes de que él pudiera verlo. Él, aunque sin ganas, accedió, pues, al fin al cabo, ya nada tenía que perder.

A la llamada de la muchacha, entró en el patio de butacas, al tiempo que el telón se abría, y tal fue su fascinación por lo que vio, que cayó de rodillas delante del escenario: el proscenio parecía derrumbado. Los decorados habían sido destruidos, cientos de cajas destrozadas alrededor, todo el atrezo tirado por las tablas, un árbol de cartón piedra, reinaba en el centro, con las ramas rotas y un agujero en el centro; la luz era escasa, fría, tenue y funesta. Entre toda esta destrucción, la muchacha, dormía plácidamente junto a su compañero búho.

El joven director, con lágrimas en los ojos, comenzó a aplaudir con tal fuerza, que a los pocos minutos, miles de curiosos, se congregaron en el teatro.

Uno de ellos, el más atrevido, al ver el espectáculo, preguntó:

– ¿Esto es lo que tú entiendes por serenidad? ¡Estas completamente loco!

Los demás, rieron a carcajadas, en forma de burla hacia dramaturgo. Él, se volvió y les dijo:

– Me habéis mostrado escenas maravillosas sobre la tranquilidad. Habéis desplegado un gran talento en este escenario. Sin embargo, esta joven mujer, ha sido la única, capaz de representar la serenidad.

– ¿Qué diferencia hay? – preguntó uno de los presentes.

– La tranquilidad, es el orden, el equilibrio y el sosiego, que encuentras en tu entorno. La serenidad, sin embargo, es que pase lo que pase en tu vida, tú, estas en paz.

 

«La serenidad, es el estado mental que nos libera de la distracción causada por los objetos externos y nos conduce espontánea y continuamente hacia el objeto de meditación, con felicidad y agilidad» .

Dalai Lama.

 

 

Escrito por May Artillo.